Fumetsu no Anata e

En Fumetsu no Anata e, la eternidad no es un regalo envuelto en moño dorado, sino una prueba interminable donde el dolor y el aprendizaje se repiten una y otra vez. La obra de Ooima Yoshitoki, creador de emociones que ya nos había destrozado con otras historias, nos presenta a un ser inmortal conocido simplemente como It. Sin nombre, sin recuerdos y sin una identidad propia, este ente llega a la Tierra como una esfera inerte. No siente, no piensa y, sobre todo, no entiende. Pero la naturaleza, caprichosa como siempre, se encarga de empujarlo hacia sus primeras transformaciones. Primero se convierte en roca, aprendiendo la quietud y la paciencia infinita. Luego, con la llegada del invierno, en musgo, absorbiendo vida de manera silenciosa, hasta que un lobo moribundo se cruza en su destino y le entrega sin querer el don de sentir y moverse.

Convertido ahora en un lobo, It experimenta por primera vez lo que es tener un cuerpo que respira, sangra y late. Cruza la tundra helada siguiendo un instinto que no comprende del todo, hasta que se encuentra con un niño solitario. Ese niño vive en un pueblo fantasma, abandonado por los adultos que partieron en busca de un paraíso más allá del horizonte blanco. Con una inocencia rota por la soledad, el chico trata de mantener viva una llama de esperanza que se apaga un poco más cada día. La conexión entre ambos no surge de palabras, sino de miradas y silencios que se clavan como agujas. Y en ese vínculo silencioso, It empieza a aprender qué significa acompañar.

El momento decisivo llega cuando la vida del niño se apaga, y It, sin entender del todo el peso de la muerte, asume su forma humana. No es un acto de simple imitación, sino el nacimiento de una nueva etapa. La piel, el calor y los gestos del chico se convierten en su nueva armadura, pero también en su primera carga emocional. Con cada paso que da, el mundo le ofrece una lección que no pidió: la fragilidad de la existencia, la inevitabilidad del cambio y la necesidad de avanzar incluso cuando el corazón —o lo que sea que tenga en el pecho— se siente hecho pedazos.

A lo largo de la historia, Fumetsu no Anata e se convierte en un viaje que mezcla lo místico con lo brutalmente humano. Cada encuentro es una oportunidad de aprender, y cada despedida, una herida que nunca termina de cerrar. El inmortal descubre que la vida no se mide solo en latidos, sino en las conexiones que construimos y en las huellas que dejamos. Las emociones, antes un concepto ajeno para él, se convierten en un lenguaje que aprende a duras penas: la alegría que se escurre rápido, la tristeza que pesa como piedra, la rabia que quema y el amor que, aunque fugaz, deja marcas eternas.

Porque Ooima Yoshitoki no nos regala un cuento dulce sobre la inmortalidad; nos enfrenta a una travesía de soledad, pérdidas y pequeños destellos de belleza que justifican seguir caminando. Fumetsu no Anata e es una oda a la resistencia, a la capacidad de seguir adelante aun cuando todo parece haber terminado. Y, quizá, esa sea la lección más cruel y más hermosa de todas: que incluso un ser eterno necesita aprender a vivir, no solo a existir. Al final, no importa cuántas formas adopte It, porque lo verdaderamente eterno es la huella que deja en aquellos que, aunque efímeros, le enseñaron lo que significa ser humano.