Pumpkin Night

En Pumpkin Night, del autor Masaya Hokazono, la oscuridad se alza con un crujido espeluznantee que anuncia el caos. Desde la primera viñeta, la narrativa nos sumerge en una atmósfera tensa donde el miedo no es solo un sentimiento, sino un personaje más. El trazo de Hokazono atrapa la mirada y, sin pedir permiso, estremece cada rincón de la psique del lector.

Naoko Kirino sufrió un acoso escolar tan brutal que su mente terminó encierro en un hospital psiquiátrico, un lugar donde las paredes susurran secretos y el dolor se convierte en rutina. Años de insultos, golpes y humillaciones la dejaron al borde de la locura, con su alma desgarrada y una sed de venganza que crecía con cada segundo. Cada escena revisita esos instantes de horror, recordándonos lo destrozador del bullying sin piedad.

El giro macabro acontece cuando Naoko, ya transformada en una figura casi mítica, asesina a todo el personal médico y huye con un casco de calabaza que oculta su rostro desfigurado. Esa máscara grotesca no solo protege su identidad, sino que simboliza la mutación de la víctima en fuerza imparable. La ironía de verla convertida en cazadora tras haber sido presa es casi poética, aunque salpicada de sangre.

A partir de ahí, comienza la caza. Uno a uno, sus antiguos acosadores enfrentan las consecuencias de sus actos: gritos ahogados, corazones desbocados y la certeza de que no hay suficiente asilo para escapar del horror que Naoko ha desatado. El ritmo narrativo, tan rápido como un golpe certero, mantiene al lector al filo, convirtiendo cada página en un puñetazo visual.

Más allá de la violencia extrema y de los thriller psicológico que hielan la sangre, Pumpkin Night plantea una reflexión inquietante sobre los límites de la justicia y el daño irreparable del acoso escolar. Es una advertencia brutal: cuando se rompe la mente de alguien, la venganza puede ser el único refugio, y en ese refugio crece un monstruo cuyo rostro nadie querría ver.