Junji Ito Frankenstein

En Junji Ito Frankenstein, el terror adopta una forma nueva, deformada y profundamente humana. Con su característico trazo retorcido y una narrativa que parece susurrarte al oido desde un rincón oscuro, Junji Ito reinterpreta el clásico de Mary Shelley con una sensibilidad escalofriante. Lo que antes fue una reflexión filosófica sobre la creación y la culpa, aquí se convierte en una experiencia visceral que mezcla nieve, soledad, y una criatura que no solo hiela la sangre… sino el alma misma.

La historia comienza con una imagen helada: un hombre flotando sobre una placa de hielo, a la deriva en un océano tan frío como su destino. Ese hombre, Victor Frankenstein, es una sombra de sí mismo, arrastrado por su propia ambicion y por los pecados que creó con sus propias manos. Y al fondo, en la niebla blanca, se vislumbra esa figura enorme, inhumana, que se mueve sobre un trineo como un fantasma errante. No hay paz ni redencion en el horizonte, solo el eco de lo que se perdió.

Junji Ito, maestro indiscutible del horror japonés, no se limita a adaptar una historia: la posee, la contorsiona y la hace suya. Sus ilustraciones cargadas de detalles grotescos y atmósferas opresivas convierten cada página en una pequeña tortura exquisita. En Junji Ito Frankenstein, lo monstruoso no es solo lo que vemos, sino lo que intuimos entre sombras. Hay silencios que gritan más que mil dialogos, y ojos que lloran por cosas que no se pueden nombrar.

El no se queda solo en la criatura ni en su creador: escarba en la angustia existencial de ambos, como si fueran dos caras de una misma culpa. ¿Hasta dónde puede llegar el deseo humano de controlar la vida? ¿Y qué queda de nosotros cuando ese deseo se vuelve contra nosotros? Entre la nieve, los cadáveres y los remordimientos, la respuesta se arrastra, gime… y a veces sonríe.

Junji Ito Frankenstein no es solo una historia de horror gótico con esteroides nipones, es una experiencia que te observa desde la estantería incluso despues de haberlo cerrado. Porque hay monstruos que no se van con una noche de sueño. Algunos, simplemente, se quedan esperando en el hielo.