Battle Club 2nd Stage

En Battle Club 2nd Stage, la locura continua con más intensidad, menos ropa y cero sentido del pudor. La historia nos vuelve a meter de cabeza (y otras partes del cuerpo) en el torbellino de golpes, gritos y ropa interior que protagonizan Tamako, Mokichi y el resto de ese grupo disfuncional y deliciosamente absurdo. Pero esta vez, el peligro sube de nivel: la organización NOB no solo amenaza con arruinarles la fiesta, sino que viene armada hasta los dientes y con una agenda tan turbia como reveladora. Literalmente.

Como era de esperarse de Shiozaki Yuji, el no escatima en absolutamente nada. Si creias que lo habias visto todo en la primera parte de la saga, te vas a sorprender (y probablemente sonrojar) con lo que te espera en esta segunda etapa. Más combates imposibles, más personajes estrambóticos, y sí, más fan service del que pediste. O del que necesitabas. O del que tu sentido comun puede procesar sin entrar en cortocircuito.

Hay algo casi poetico en cómo Battle Club 2nd Stage logra mezclar técnicas de lucha reales con situaciones completamente ridículas. La lógica se retuerce como si estuviera atrapada en una llave de sumisión, mientras las escenas saltan del erotismo descarado al shonen más exagerado sin pedir permiso. Todo está llevado al limite, y es precisamente esa exageración lo que convierte esta serie en una especie de circo glorioso donde las bragas vuelan como shurikens.

Pero detrás de tanto escandalo, el guarda cierta sinceridad. A su manera, habla de identidad, de pasión, de seguir tus impulsos incluso cuando el mundo te llama ridiculo por hacerlo. Cada personaje, por ridiculo que parezca, pelea con un propósito, aunque sea solo por ver otra vez los calzones de su compañera. Y en ese caos, hay una honestidad que a veces falta en historias más «serias».

En definitiva, Battle Club 2nd Stage no es un para almas sensibles ni para quienes buscan sutileza. Es una experiencia extrema, absurda y completamente autoconsciente de su locura. Pero justo por eso, se disfruta tanto: porque sabe perfectamente que lo que ofrece es puro exceso, y lo entrega con una sonrisa demente y una patada giratoria al rostro.