Chii-Chan

Chii-Chan es de esas historias que no te toman de la mano, sino que te agarran del cuello con suavidad… pero sin soltar. En medio de una secundaria comun y corriente, donde los alumnos intentan sobrevivir a la rutina diaria, aparece Yuua Hayakawa, una chica con recuerdos borrosos y un pasado entrelazado con una figura inquietante: Chii, la niña que coleccionaba insectos muertos. Una niña que solia reir, que solia estar… hasta que dejo de estar. Hasta que un dia simplemente volvió, y nada volvió a ser igual.

El regreso de Chii no es un acto cualquiera. Aparece con su viejo chándal gastado, el pelo despeinado y un puñado de cadáveres de bichos en la mano, como si eso fuera lo más normal del mundo. Su presencia interrumpe la falsa calma del aula, y eso basta para despertar el interes de Koudai, el chico perfecto, el que todos admiran, el que cree que puede arreglar a cualquiera con solo una sonrisa. Él quiere salvarla. Pero claro, salvar es una palabra bonita… hasta que se convierte en excusa.

Detrás del guion y el arte de esta joya perturbadora está Shuuzou Oshimi, el mismo genio incomodo detras de obras como «Aku no Hana» y «Chi no Wadachi». En Chii-Chan, Oshimi regresa con esa maestria para retratar la fragilidad mental, la oscuridad adolescente y la violencia que habita incluso en los actos de aparente bondad. Esta no es solo una historia de chicos queriendo ayudar a una chica rara. Es una historia sobre lo que ocurre cuando el pasado regresa con una mirada vacía y una sonrisa torcida.

Porque Chii no es solo «rara». Ella es el reflejo crudo de lo que muchos prefieren ignorar: que a veces la gente no necesita ser salvada, sino entendida. Y que incluso el deseo de ayudar puede esconder deseos mucho más oscuros. En ese cruce entre la inocencia y lo siniestro, Oshimi construye una narrativa que te revuelve el estomago, pero te obliga a seguir leyendo. Como quien mira un accidente desde la ventana del tren.

Chii-Chan es, en esencia, un experimento emocional. Una precuela visualmente poderosa de la película Doku Musume del director Eirou Naitou, que se atreve a tocar lo innombrable con una estética incómoda pero magnética. Y como buen de Shuuzou Oshimi, no promete finales felices, pero sí verdades incómodas. Porque la oscuridad no siempre viene de donde uno espera.