Funouhan

Funouhan, obra que reúne el dibujo de Kanzaki Yuuya y la historia de Miyatsuki Arata, atrapa desde la primera escena con su propuesta de thriller psicológico donde la realidad gana la partida a la ficción. Quien recurre a su protagonista, Tadashi Usobuki, lo hace movido por rencores, envidia o deseos oscuros; es la figura que aparece en un parque vestido de negro, con ojos rojos, y que ofrece soluciones que parecen salidas de una pesadilla. La premisa es simple pero inquietante: no realiza asesinatos de forma directa, sino que manipula las voluntades y los eventos por medio de la sugestión, una idea que convierte cada capítulo en una clase magistral de tensión y suspenso.

La gracia macabra de Funouhan radica en cómo se exploran las motivaciones humanas detrás de cada pedido de asesinato. Aquellos que van a Usobuki no pagan con dinero sino con la posibilidad de ver consumado un deseo prohibido; muchas veces, la consecuencia es peor que la intención inicial. Aquí no hay golpes de efecto gratuitos: el trabajo de Miyatsuki Arata en la construcción de los motivos se complementa con la puesta en escena del arte de Kanzaki Yuuya, que sabe dramatizar sin caer en el efecto barato. Es notable tambien la sensación de que nada es lo que parece, y aun cuando ciertas pistas aparecen, el lector no sale indemne de la lectura.

La técnica narrativa usa la manipulación psicológica como herramienta principal, mostrando que el verdadero poder de Usobuki está en convertir la voluntad de las personas en su propia condena. En páginas bien medidas se aprecia ese equilibrio entre lo ideológico y lo humano: la empatía por la víctima no siempre es automática, y el lector es invitado a hacerse preguntas incómodas sobre culpa y responsabilidad. No siempre hay exito en la venganza, y muchas veces lo que se reclama termina transformandose en una leccion amarga para quien lo solicita; ese giro moral es lo que da profundidad al relato y evita que el sea solo un ejercicio de shock.

Esteticamente, el contraste entre la figura en negro y los escenarios cotidianos potencia la sensación de fábula urbana: el parque se vuelve un altar, y los ojos rojos de Usobuki un recordatorio constante de peligro. La narrativa evita respuestas simplistas: como lector, se entra en una maquina de espejos donde cada personaje refleja una parte de la sociedad y sus grietas. La colaboración entre Kanzaki Yuuya y Miyatsuki Arata funciona porque uno modela el clima y el otro construye la trama; el resultado es un producto donde el terror es psicológico, sutil y persistentemente perturbador.

En resumen, Funouhan es una lectura que cala hondo porque no se conforma con mostrar actos violentos; estudia la esencia del deseo humano y sus consecuencias. La figura del llamado criminal perfecto —aunque el termino suene grandilocuente— sirve para poner en jaque al lector y obligarlo a mirar hacia dentro. Al final, la obra plantea una pregunta que resuena mucho despues de cerrar el tomo: ¿qué estamos dispuestos a pedir, y a que precio? Si se busca un que combine suspenso, moral complicada y un dibujo que acompaña sin distraer, esta obra merece un lugar destacado en la lista de lecturas obligadas.