A Silent Voice

A Silent Voice, también conocido por su nombre original Koe no Katachi, es mucho más que un sobre adolescentes y dramas escolares. Es una de esas historias que te pega un cachetazo emocional cuando menos te lo esperas, cortesía de la brillante Ooima Yoshitoki, quien se encarga tanto del arte como del guion. Desde el primer capítulo, seguimos la vida de Shouya Ishida, un pibe inquieto, molesto, de esos que parecen tener energía para molestar a todo el salón… hasta que llega Shouko Nishimiya, una nueva alumna que es sorda. Y es ahí donde las cosas se tuercen. Porque cuando la diferencia entra por la puerta, la crueldad infantil hace fiesta.

Shouko intenta integrarse, con su cuaderno, sus audífonos, su sonrisa torpe. Pero en lugar de empatía, lo que recibe es burla, aislamiento y finalmente agresión directa. El lider de ese acoso es, por supuesto, Shouya, que se divierte haciéndole la vida imposible. Mientras tanto, los adultos —porque siempre hay adultos— miran para otro lado, como si el bullying fuera parte del paisaje escolar. El resultado es inevitable: Shouko termina dejando la escuela. Y como suele pasar, los mismos que la hostigaban ahora señalan a Shouya como el unico culpable, lavándose las manos sin un gramo de culpa. Y así, el chico que era el agresor se convierte en el nuevo marginado. La rueda gira, y nadie sale ileso.

Lo interesante en A Silent Voice es que la historia no se queda ahí. Años después, Shouya, ya en la secundaria, es una sombra de lo que fue: retraído, con tendencias autodestructivas, marcado por una culpa que no sabe cómo soltar. Y es entonces cuando el destino —que a veces tiene un retorcido sentido del humor— lo cruza de nuevo con Shouko. Lo fácil sería huir, fingir que nada pasó, pero Shouya decide hacer lo más difícil: pedir perdón. No uno de esos «perdoname si te ofendí», sino una disculpa real, profunda, que nace del arrepentimiento y busca, aunque sea, remendar lo irreparable. Claro que el camino a la redención no es recto ni sencillo. Está lleno de silencios, de malentendidos, de heridas que siguen abiertas.

El enfoque de Ooima Yoshitoki en esta obra es de una sensibilidad que desarma. No hay golpes bajos ni dramatismo barato, sino una mirada honesta al dolor, la culpa y el deseo de ser mejor. A Silent Voice no busca culpar a uno solo, sino mostrar cómo la indiferencia colectiva, los prejuicios y el miedo alimentan el sufrimiento. Pero también muestra que hay segundas oportunidades, que aunque no podemos cambiar el pasado, sí podemos decidir qué hacemos con él. La historia está repleta de personajes complejos, desde la madre de Shouko hasta los antiguos compañeros de clase, todos marcados por lo que ocurrió, todos cargando su propia versión del arrepentimiento.

En resumen, A Silent Voice es una lectura esencial para cualquiera que quiera algo más que una historia bonita. Es una experiencia emocional que duele, sí, pero que también sana. Porque todos, en algún momento, hemos sido un poco Shouya o un poco Shouko. Todos hemos callado cuando debíamos hablar o hablado cuando debíamos escuchar. Y este nos recuerda que, incluso en medio del silencio más profundo, siempre hay una voz que quiere ser escuchada. Solo hace falta el coraje —y la humildad— para prestarle atencion.