Beastars Segunda Versión

En Beastars, la carnicería no siempre viene con sangre… a veces se sirve fría, con una sonrisa, en el pasillo de una secundaria de animales antropomorfos. Itagaki Paru, creadora de esta obra que mezcla drama, tensión y existencialismo con orejas peludas, nos lanza de cabeza a Cherryton, una escuela donde carnívoros y herbívoros intentan coexistir. Claro, todo suena muy civilizado… hasta que un estudiante es brutalmente asesinado. Y no hablamos de una simple pelea por un almuerzo robado, sino de un verdadero crimen que destroza la ya frágil paz entre especies. Porque, aunque la sociedad de Beastars haya intentado disfrazar su naturaleza salvaje con uniformes escolares y reglas sociales, la ley de la jungla nunca está demasiado lejos.

En medio de todo este caos tenemos a Legoshi, un lobo gris gigante que debería imponer respeto con solo caminar, pero cuya alma es más blanda que un pan al vapor. Introvertido, torpe y con una mirada melancólica que parece pedir perdón por existir, Legoshi representa ese conflicto interno entre lo que uno es y lo que espera ser. Su condición de carnívoro lo pone constantemente bajo sospecha, como si el solo hecho de tener colmillos ya fuera prueba suficiente para acusarlo de cualquier crimen. Y cuando su camino se cruza con Haru, una pequeña coneja blanca con más personalidad que tamaño, el pobre Legoshi entra en una espiral de emociones, deseo, culpa y cuestionamientos que harían llorar a Freud.

Lo que hace especial a Beastars no es solo su universo animal, sino la manera en que Itagaki Paru lo usa para desnudar al ser humano (figurativamente, claro). Las tensiones entre especies se convierten en una poderosa metáfora sobre racismo, prejuicios, clasismo y los roles que nos imponen. Cada personaje arrastra su propia carga: desde el orgullo de ser herbívoro hasta el miedo de ser carnívoro, pasando por esa necesidad constante de fingir algo que no se es, solo para encajar. En este mundo, todos llevan máscaras. Algunas cubren los colmillos. Otras, el corazón.

Además, la narrativa no se queda en lo filosófico. Hay peleas brutales, traiciones inesperadas y escenas cargadas de sensualidad incómoda que te dejan preguntándote si deberías seguir leyendo… o ir a terapia. El ritmo es envolvente, los giros argumentales te agarran por sorpresa, y el arte, con ese trazo suelto pero lleno de fuerza, acompaña perfectamente la atmósfera cruda y emocional del relato. Beastars no te da respuestas fáciles. Te incomoda. Te obliga a mirar dentro de vos mismo y preguntarte qué parte de lobo o conejo llevás dentro.

En definitiva, Beastars es mucho más que un de animales que hablan. Es una exploración feroz sobre lo que significa vivir en sociedad, amar sin entenderse, y pelear contra los instintos sin negarlos del todo. Es incómodo, profundo, hermoso y, en ocasiones, extrañamente relatable. Si alguna vez te sentiste fuera de lugar, juzgado por algo que no podés cambiar, o simplemente confundido por tus propios sentimientos, entonces ya sos parte de esta manada. Y créeme, en Cherryton hay espacio para todos… aunque tengas garras.