Akatsuki No Yona

En Akatsuki no Yona, el pasado es algo más que una historia para dormir. En el reino de Kouka, una vieja leyenda habla de un dragón rojo que gobernó en forma humana, rodeado de cuatro guerreros con sangre de dragón y corazones ardientes. Lo que parece un mito bonito para entretener niños aburridos, pronto se convierte en una verdad brutal para la joven princesa Yona, que pasa de vivir entre sedas a correr entre espinas por culpa de una traicion.

Y es que Yona no era cualquier niña: era la unica heredera al trono, hija del rey mas pacifico que ha tenido Kouka, y encima… estaba enamorada. Su mundo era simple: vestidos lindos, peinados elaborados y miradas tiernas de Su-won, su primo y crush de toda la vida. Pero claro, como en todo buen drama, nada permanece intacto. El mismisimo Su-won, con la cara más bonita del reino y el alma más podrida que un pescado en verano, la traiciona asesinando a su padre y robando el trono.

Con el corazon hecho trizas y apenas escoltada por Son Hak, su guardaespaldas leal (y uno de los mejores personajes masculinos que vas a ver en un shoujo), Yona se lanza a una vida de fugitiva. En vez de romperse del todo, encuentra en su dolor una nueva determinación: restaurar el reino, pero esta vez, a su modo. Es en ese camino donde aparece la vieja profecía del dragón rojo, esa que nadie tomaba en serio… hasta que empezó a cumplirse.

Guiada por un sacerdote exiliado medio loco pero muy sabio, Yona se embarca en una búsqueda épica por los cuatro guerreros legendarios. Cada uno con sus propias heridas, poderes y secretos, van formando parte de un grupo tan disfuncional como entrañable. Lo que empieza como una huida se convierte en una aventura que redefine quién es Yona y de qué está hecha. Spoiler sin contexto: lágrimas, peleas y mucho desarrollo de personaje.

Akatsuki no Yona, obra de la brillante Kusanagi Mizuho, es más que un de princesas y espadas. Es un viaje de crecimiento, de justicia a base de sudor y estrategia, y de amor… pero no de esos empalagosos, sino de los que duelen y construyen. Porque sí, Yona puede haber perdido su corona, pero en el camino encuentra algo mucho más poderoso: a sí misma.